En
Agosto, como siempre lo hizo, el primer día del mes, Awaq limpió la
casa entera, preparó té de ruda y regó de yuyos: chacha y pupusa,
todo el ambiente. Su hombre ya se había ido, temprano. Con la
mochila llena de ofrendas, dispuesto a alcanzar con piedras la
bendición de seguir caminando. Awaq salió después, tapada no con
ponchos, sino con las alfombras que había tejido para el solsticio
de invierno. Al cruzar la plaza vio a su abuela. La paseaban en el
carro entre las casitas coloradas, rociando de polvo, cantos y
alcohol a todo el gentío. La miró, agradecida por sus enseñanazas
y siguió camino hasta el cruce, balanceándose, con el peso ya
inquieto en su vientre. Lo contuvo, fue hasta el abra, el punto más
alto del camino, donde él la esperaba.
Ahí
estaba, otra vez. Abrió los ojos y un zurco de tierra.
Estaban
los dos solos. Esperando. Awaq sentía que ése era el momento en el
que se regaría de piel, de agua y de sangre, todo el suelo. Con las
piernas abiertas, abrió los ojos más que nunca al cielo, secándose.
Iba enrojeciendo, empezaba a brotar de su cuerpo. Brotaba de ella
hilos de tierra y carne. Cambiaban de color. Ya estaba solamente a
medias, adentro. Awaq siguió abriéndose, más allá de sus
espacios, volviéndose grieta. Con los ojos sequísimos, lograba
llorar, acompañar, inducir al que ya casi no estaba adentro. De la
tierra brotaba polvo. Algo caliente, rojizo, empezaba a vertirse
sobre ella, y se erizaba. Así le abría paso, se hacía más suave.
Recién
entonces aparecieron las manos ásperas del hombre y sus dientes
raídos. Mordió el hilito de piel para separarlas y tomarla entre
sus brazos. Vida, mujer y tierra. Ellas estaban con los ojos
abiertos. Las tres, regaditas de sal, de dulce rojo sangre. Savia y
carne.
Entonces,
la mujer, ya no sólo tejedora, se levantó. Su hombre le entregó la
vida. Awaq no limpió los cueros, no dejó de vertir sobre el zurco,
su agua. Él sirvió entonces a la pacha. Cigarrillos, vino, chicha
y hojas de coca. Después la invitó a su morenita
a que hiciera lo mismo. Ella entonces ofrendó otra vez, con el brazo
con el que sostenía la nueva vida, su mejor telar. Agradecida,
susurró para
la pacha.
1 comentario:
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http://viajeraeditorial.blogspot.com.au/2013/08/lectura-en-ecunhi-maria-florencia.html
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