jueves, 4 de julio de 2013

Lluvia

Anduvieron unas horas más protegiéndose de los reflejos del sol, caminando al ras de los robles amarillos. Hasta que empezó a cubrirse el cielo y el viento se tornó frío. Ya estaban llegando al lugar donde la selva había decidido que se quedaran. Campamento. Acomodaron las cajas de comida para que estuvieran bien refrigeradas, a la sombra, sobre algunas piedras.
–Podríamos quedarnos a vivir en un lugar así, ¿no? –Le dijo Naida, sonrió, y se dio vuelta. El plan de Eliseo era ir cambiando de lugares, ir mudando. Y el de ella también, aunque todavía no se había dado cuenta.
–¿Te gusta acá?
–Sí, me siento muy bien. Pero, ¿por qué no me trajiste antes?
–Pensé que te podía dar miedo.
–No, está bien. Así tenía que ser.
Fue de a poco acallándose y abriendo con más fuerza sus ojos. Se despegó del suelo y alzó los brazos. Saciaba su piel con la frescura del lugar y, con su cuerpo, con su mirada, trataba de abarcar todo lo que la rodeaba. Eliseo, sentado en una piedra, la admiraba. Veía cómo sus ojos se estaban tornando de otro color. Azul profundo, azul con destellos grisáceos. Tenía los ojos grises. Se derretía su azul, ya casi incoloro, por sus mejillas. Se arrodillaba, dejaba que sus lágrimas se unieran a las líneas de agua que se deslizaban entre las raíces de los árboles.
–Sos más linda después de llorar.
Ya había empezado a llover.


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botellas girando en un barril