jueves, 13 de junio de 2013

L'Amerique !

Ese día, por la tarde, Jean Pierre corrió más rápido que Clementine hasta los pies de su ma chèrie.
L'Amerique! le gritaba y mostraba cómo le brillaban los bolsillos con perlas. 
 
Miraban los dos a su pequeña y las otras mujeres que cargaban atriles se acercaban para saludarla: L'Amerique, bon voyage, ma petite. Clementine le sonreía a su mamá, y ella lo besaba a Jean Pierre como nunca lo había hecho. Fue ése quizás el momento en el que habría empezado a gestarse esa magia prendida de la sonrisa.
Clementine no entendía muy bien por qué tenían que irse tan rápido, pero le entusiasmaba verlos así y esa misma noche prepararon sus pequeñas valijas. Al día siguiente se puso su chaleco preferido, tomó su oso de peluche y ayudó a cargar algunos bolsos hasta la estación de tren.
Dejábamos esa casita blanca. El viaje fue cálido, el tren iba lleno y mamá me había abrigado con muchísima ropa. Ella decía que era mejor viajar en invierno porque gran parte del equipaje se lleva encima. Al llegar al puerto, vi un barco enorme, lleno de gente sacudiendo pañuelos blancos. También había hombres con papeles y tintas en la entrada a los tablones que se subían al barco. Mamá me abrazaba fuerte y me sonreía. No tosía casi. 
 
21/Février/1927 Jean Pierre Chardon et famille. Nous aurons toujours París dijeron.
Viajaron en un barco colmado de italianos. Ellos decían que los franceses pronunciaban una ere algo extrgaña. Jean Pierre tenía el gamulán y la pequeña Clementine estaba apichonada entre los pliegues del corderito. Cuando Gianna empezó a toser corrió al sector interno y se sentó en una banca de madera. El viento fuerte, muy fuerte y gris, le golpeaba los pulmones y hacía que le costara respirar. Jean la miraba. Ésa habría sido una de las cosas que Clementine heredó del padre, mirar dentro de las personas, mirarlas tristes. Jean Pierre tenía los ojos grises, por eso Gianna le esquivaba su azul. Tenía miedo de perderse, de naufragar.
 
Él luego entraba, junto Clementine, cuando la volvía a ver calma. Piccolina, le susurraba y dejaba que se apoyara en el huequito del pecho de su mamá. Desde entonces Clementine siempre le sonrió, para que ella se sintiera un poco menos dolorida en los hilitos de viento que le soplaban dentro de los músculos. A veces sólo quería acalambrarse la sonrisa en la cara. 


 

2 comentarios:

lorena carassai dijo...

muy tierno!

anaranjada dijo...

Gracias !!! este es un blog de ternura y pulsión :) chusmeá, chusmeá !
nos vemos cuando vuelvas a tocar para viajera !

botellas girando en un barril