Ese día, por
la tarde, Jean Pierre corrió más rápido que Clementine hasta los
pies de su ma
chèrie.
L'Amerique!
le gritaba y mostraba cómo le brillaban los bolsillos con perlas.
Miraban los
dos a su pequeña y las otras mujeres que cargaban atriles se
acercaban para saludarla: L'Amerique,
bon voyage, ma petite. Clementine
le sonreía a su mamá, y ella lo besaba a Jean Pierre como nunca lo
había hecho. Fue ése quizás el momento en el que habría empezado
a gestarse esa magia prendida de la sonrisa.
Clementine no
entendía muy bien por qué tenían que irse tan rápido, pero le
entusiasmaba verlos así y esa misma noche prepararon sus pequeñas
valijas. Al día siguiente se puso su chaleco preferido, tomó su oso
de peluche y ayudó a cargar algunos bolsos hasta la estación de
tren.
Dejábamos
esa casita blanca. El viaje fue cálido, el tren iba lleno y mamá me
había abrigado con muchísima ropa. Ella decía que era mejor viajar
en invierno porque gran parte del equipaje se lleva encima. Al llegar
al puerto, vi un barco enorme, lleno de gente sacudiendo pañuelos
blancos. También había hombres con papeles y tintas en la entrada a
los tablones que se subían al barco. Mamá me abrazaba fuerte y me
sonreía. No tosía casi.
21/Février/1927
Jean Pierre Chardon et famille. Nous
aurons toujours París
dijeron.
Viajaron en un
barco colmado de italianos. Ellos decían que los franceses
pronunciaban una
ere algo extrgaña.
Jean Pierre tenía el gamulán y la pequeña Clementine estaba
apichonada entre los pliegues del corderito. Cuando Gianna empezó a
toser corrió al sector interno y se sentó en una banca de madera.
El viento fuerte, muy fuerte y gris, le golpeaba los pulmones y hacía
que le costara respirar. Jean la miraba. Ésa habría sido una de las
cosas que Clementine heredó del padre, mirar dentro de las personas,
mirarlas tristes. Jean Pierre tenía los ojos grises, por eso Gianna
le esquivaba su azul. Tenía miedo de perderse, de naufragar.
Él luego
entraba, junto Clementine, cuando la volvía a ver calma. Piccolina,
le susurraba y dejaba que se apoyara en el huequito del pecho de su
mamá. Desde entonces Clementine siempre le sonrió, para que ella se
sintiera un poco menos dolorida en los hilitos de viento que le
soplaban dentro de los músculos. A veces sólo quería acalambrarse
la sonrisa en la cara.
2 comentarios:
muy tierno!
Gracias !!! este es un blog de ternura y pulsión :) chusmeá, chusmeá !
nos vemos cuando vuelvas a tocar para viajera !
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